jueves, 5 de mayo de 2011

Barcelona: la ciudad de las mil caras

La noche se nos había echado encima mucho antes de llegar a la ciudad. El cansancio había hecho mella, sobre todo en las personas mayores; más de veinticuatro horas de viaje dejan extenuado al cualquiera. Sin embargo, los más jóvenes,  aún teníamos energía para asomarnos a las ventanas del tren, mientras éste iba situándose en la vía correspondiente, para entrar en la Estación de Francia, con aquel traqueteo eterno.
Los viajeros se habían empezado a colocar cerca de las salidas, nerviosos y expectantes; de manera que ahora los pasillos eran un hervidero  de gente: no había posibilidad de pasar de un vagón a otro. Mientras, los departamentos habían quedado desocupados, aunque eso sí, los restos del larguísimo trayecto estaban a la vista: migajas de pan, papeles de periódico y envoltorios de los fiambres que se habían consumido en el camino;  colillas y cenizas de cigarrillo… En fin, el rastro de un éxodo multitudinario. En los andenes, la multitud se agolpaba y buscaba el rostro conocido de algún familiar o vecino.  
El andén de la estación de Francia
Cuando vi a mi primo junto a su padre,  me tranquilicé, porque entrar en Barcelona daba una sensación muy extraña; aquellas extensiones de bloques de viviendas paralelas a la vía, las miles de luces que salpicaban el enorme espacio… ¿Cómo íbamos a saber llegar a la casa de mi tía, si no era acompañados de alguien…? Bajamos por las empinadas escaleras de hierro, medio mareados y un poco asustados.
Aunque estábamos en primavera, yo iba cubierta con un viejo abrigo de color  verdoso, que mi madre me obligó a llevarme para el viaje. Recuerdo ese detalle porque mi primo, un muchacho de mi misma edad, me hizo tomar conciencia, con un mordaz y desagradable comentario, de lo  viejo y anticuado que era. Y es que, los que ya llevaban unos años en la ciudad, se consideraban ya como de una nueva casta; o al menos pretendían diferenciarse de los pueblerinos recién llegados., aunque no siempre lo conseguían. 
Como todo el mundo, buscamos un taxi libre; ardua tarea, ya que el tren venía atiborrado y el medio de transporte más usado era ese. Ni que decir tiene que en el año 66 pocos eran los que disponían de su propio vehículo.   Lo que recuerdo con total nitidez es la montaña de Montjuit. Desde el paseo de Colón se veía muy bien la iluminación de aquel montículo, que poco tiempo más tarde conocería y disfrutaría, ya que el Parque de Atracciones era un lugar estupendo para pasar los días de fiesta con mis primas. En ese momento me pareció una imagen algo fantasmagórica, sobrecogedora… estaba acostumbrada a un mundo muy pequeño, a espacios que casi podía agarrar con mis propias manos y aquello me resultaba inabarcable.  
La montaña de Montjuit, vista desde cerca del puerto
El taxi transitaba por aquellas larguísimas calles, para mí totalmente ajenas. Yo mantenía los ojos muy abiertos y me sentía algo mareada, como siempre que subía en un coche.  Pero aguanté, respirando hondo. No quería dar problemas ni parecer una pueblerina. El trecho entre la estación y el barrio de La Verneda-Sant Martí, se me hizo eterno. Ahora ya sé que el tiempo del trayecto no pudo ser más de veinte o treinta minutos, pero el cansancio y las emociones hacían mella en mí; al fin y al cabo no era más que una niña de quince años. 
Mi tía Mª Dolores se había instalado dos años antes en la calle Menorca, en unos bloques de pisos recién hechos, entre la Avenida Guipúzcoa, y el Puente del Trabajo. Tenían una vivienda relativamente amplia, con tres habitaciones, un comedor, cocina y baño. Cuando entré en la casa, no daba crédito a mis ojos; aquello me pareció un palacio. Y es que era la primera vez que iba a vivir en un sitio con baño y con tantas habitaciones.
Una de las avenidas que transcurren por el barrio
Me sorprendió lo desolado del barrio. Enfrente del bloque de mis tíos, se elevaban unos cuantos edificios en obras, que se me antojaban rascacielos: tenían más de diez plantas. El resto de lo que pude ver aquella noche, era algo así como una ciudad a medio hacer: grandes extensiones de terreno sin edificar, convivían con avenidas como la Guipúzcoa, cuyo final llegaba a la fábrica de Coca Cola, que era como la entrada en San Adrián de El Besós.
Hasta el día siguiente no advertí que justo detrás del bloque color verde de mi familia, había una pequeña iglesia, que a mí me pareció vieja, aunque pasado el tiempo supe que era de estilo Románico. Y muy cerca,  subiendo un sendero, desnudo de cualquier edificio, solitario y algo abandonado,  una enorme hilera de chabolas, a ambos lados del puente de El Trabajo,  hacían de frontera entre dos barrios vecinos: La Sagrera y la Verneda-Sant Martín de Provençals. 
Núcleo Medieval. Detrás los bloques más bajos donde fui a vivir. Los altos los estaban construyendo 
El paisaje rural de Sant Matí.  
Sant Martí, los huertos alrededor y los bloques a la derecha en la actualidad
El paisaje urbano no podía ser más extraño: allí convivían las construcciones y avenidas más modernas, con las cenizas de lo que había sido una vida rural, de la que aún quedaba alguna masía junto a la iglesia. Nada más lejos de lo que yo imaginaba cuando emprendí el viaje hacia la ciudad. Pero lo más impactante para mi sensibilidad fue la visión de lo que llamaban “La Perona”. La marginalidad más absoluta estaba representada por aquellas infraviviendas, que tantos inmigrantes andaluces y murcianos habían ido construyéndose, junto al puente. Entonces yo no sabía que la mayoría de ellos eran honestos trabajadores que no encontraron otra solución a la estrechez de la habitación realquilada. Pero yo sólo reparaba en los niños desarrapados y sucios, que pululaban por allí, descalzos, despeinados y disfrutando de la libertad que les daba la vida al aire libre; en las calles sin asfalto; en los charcos y regueras de agua sucia, en los cachibaches, muebles viejos y chatarra de todas clases, con lo que muchos gitanos se ganaban la vida. Aquello era la espalda del barrio y también una especie de zona prohibida, a la que era mejor no acercarse sola y a ciertas horas…Pero eso ya es otra historia. 

Unas de las calles de La Perona, con los bloques de pisos al fondo

Una de las caras de La Perona

Imágenes del ambiente de la otra Perona

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho, tu biaje y recorrido. un bgran beso teresa de la niña de la Perona.

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